jueves, 7 de julio de 2011

CAPÍTULO II. MI BAUTIZO CON EL REAL ZARAGOZA EN VIGO

Dios no me había llamado por el camino del fútbol aunque me apasionaba tener un balón en mis pies. Era muy rápido y disponía de un buen disparo, pero apenas tenía técnica individual y mi talento era muy escaso. Me dolían mucho las rodillas aunque las radiografías no indicaban ninguna lesión y eso me limitaba a la hora de realizar un esfuerzo añadido cuando competía por un balón con alguien mayor que yo. Solamente me acogieron unos chavales para completar un equipo que jugase en Tercera Regional, la categoría más baja del fútbol aragonés, después de jugar con algunos de ellos en el fútbol laboral, con gente que superaba los treinta años y que procedía de otros clubes aragoneses. Con campos de piedras, inclinados, jugando a horas intempestivas, con frío en invierno y dificultades de comunicación para acudir a los grotescos escenarios de los partidos. Era el Internacional FC, que no ganó un solo encuentro en dos temporadas, donde llegué a jugar tres partidos de portero y disparar una vez al poste, como gran aportación ofensiva. La segunda campaña, convencido de que estaba seriamente lesionado, me ocupé de entrenar al equipo. Bueno, de firmar como entrenador sin ningún tipo de conocimiento más que el aportado por libros de fútbol que devoraba con voracidad, y con las complicaciones de no tener nunca a once futbolistas para confeccionar la alineación. Mi vida vinculada al balompié tenía fecha de caducidad por convicción propia, aunque en esos momentos no tuviera una especial prioridad por encauzar mi vida profesional a través del periodismo deportivo.
Fue entonces cuando mi padre hizo un regalo muy especial para mi decimosexto cumpleaños: viajar en el vuelo chárte del Real Zaragoza a Vigo acompañando a la expedición blanquilla y a un puñado de valientes zaragocistas. Nos alojamos con ellos en el Hotel Samil Playa y fue un desplazamiento inolvidable. Me habían regalado un cuaderno de autógrafos que utilicé para la ocasión y donde conservo las firmas de los jugadores y del entrenador. Curiosamente hacían referencia a mi posible futuro en la radio; de hecho, Luis Cid "Carriega", el entrenador, deseaba que llegase a superar profesionalmente a un Paco Ortiz que estaba a punto de volver a ser llamado por la SER para transmitir con José María García los partidos de la selección española de fútbol y las competiciones continentales con el Real Madrid, el Barcelona o el Valencia.
Esa experiencia me hizo reflexionar, especialmente tras convivir con una plantilla que esa misma temporada alcanzó el subcampeonato de Liga, goleando al Real Madrid en la Romareda y venciendo en uno de los últimos partidos al Barcelona de Cruyff, que luchaba con los blanquillos para arrebatarnos la segunda plaza. No tuve mucha suerte en cuanto al espectáculo ofrecido por el Real Zaragoza en Balaídos. Perdió 2-0 en un mal partido donde, además, no jugó Arrúa por lesión. El paraguayo era mi ídolo y me enfadaba cuando no jugaba porque su ausencia casi significaba una derrota segura para los maños, especialmente lejos del estadio municipal.
Menos de un año después me encontraría empujado al fascinante mundo de los medios de comunicación. Había visto entrevistar en directo a los jugadores, tenía cierta facilidad de palabra, nociones sobre transmisión de partidos y conocía la radio por dentro. Pronto me llamaría Manolo Serrano para colaborar en la puesta en antena de "El Bimilenario de Zaragoza", una colección de relatos sobre la historia de la ciudad que cumplía en 1976 los dos mil años desde su fundación, que conseguiría el Premio Ondas esa misma temporada. Manolo era amigo de mi padre, especialista en música clásica, experto en boxeo y el director del cuadro de actores de Radio Zaragoza. Era un espectáculo ver en el estudio a voces como las de Paco Presa, Gloria Jiménez, Mateo Calvete o Carlos Alejandre. A veces colaboraban José María Ferrer, más conocido como "Gustavo Adolfo" o incluso "El Vigía de la Torre Nueva", el popular escritor y comentarista José María Zaldívar, creador de algunso de los guiones como Santiago Lorén y otras plumas de prestigio de la época. Fue una escuela de radio apasionante, que me sirvió para tomarle gusto al micrófono, a la interpretación, a compartir con los oyentes el sentimiento de las ideas a través de la palabra.
Mi primer papel fue el de Gelmírez, un soldado aragonés que combatía en la Reconquista. Un par de frases, sin apenas trascendencia en el capítulo, pero de gran importancia para mi en un momento clave de mi vida. Manolo me subrayó con rotulador verde el texto en el uión, que lamentablemente no conservé. Todavía no se habían acometido las obras en la radio y el pasillo era una sucesión de pequeños despachos que poco tiempo después darían cabida a una gran redacción. La información se abría paso tras la muerte de Franco y el modelo radiofónico iba a cambiar sustancialmente en los próximos años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario